jueves, diciembre 09, 2004

Bolivar Arón en alto estado de ebriedad

Si tan sólo pensáramos en acostumbrar nuestras vidas a la miseria de un segundo, la rutina perdería todo sentido para pasar a convertirse en la eterna dicotomía sartriana entre el ser y la nada. Ningún polo puede ser más opuesto a la vida, ni atentar tanto contra ella, que la guiñada cerrada de un cielo centelleante, disconforme, parco y paranoico que, sin poder parar de llorar, inunda en lágrimas a un cerdo de millones de años.
Nada ocurre cuando todo pasa, porque la miseria no nace de una teoría política ni de ensayos biológicos.
Existe un mundo en el que todo se sucede rápidamente. Existe otro que lo contempla con admiración. El otro busca una rutina diariamente que alimente sus sueños más húmedos.


Hace días que el cielo está lleno de prodigios. Nubes que se mueven con los imprevisibles y lánguidos movimientos de la tinta que se deja caer en el agua. Hay momentos en que –deformación profesional, supongo– me parece leer algo entre los resplandores rojos y verdes del atardecer, justo antes de que asomen las estrellas bordadas en el pesado manto de la noche.
Hay momentos en que el cielo parece una página escrita en hebreo, de derecha a izquierda. ¿Y no será que la noche se levanta en lugar de caer? El lugar común de «la noche cae» siempre me sonó incómodo y mentiroso.
En el campo o en el océano la noche se levanta sin atenuantes, como la muerte, como los finales, y la tenue tregua de las estrellas no hace más que subrayar la idea de lo impensable. Así, cuando uno cree comprenderlo todo, enseguida sobreviene el espanto de la más absoluta de las ignorancias. La noche nos pone, siempre, en nuestro lugar.

1 comentario:

Pablo dijo...

¿Que me pueden decir del agujero de ozono respecto al iris marxista que ha dejado de vernos?