martes, febrero 15, 2005

Respondo

Vos me preguntaste el otro día si estaba de acuerdo con el concepto actual de "locura" que maneja la sociedad occidental, y te respondí que no sin un solo argumento.
Me pregunstaste si no creía que los ortodoxos se habían tomado demasiado en serio la división entre conductismo y psicoanálisis y te respondí que sí, pero no necesitabas argumentos.
Me preguntaste también si creía en Dios, y tuve que responder que si para darte paso a nuevas interrogantes.
Me preguntaste si estaba en contra del incesto, y dije que si.
Me preguntaste si según dios no eramos todos hermanos, y respondí que si.
Entonces concluiste: No aprenden más.
Y ahora te digo:
Mirá homosexual reprimido, lo único que lograste con esas miles y miles de páginas es una sociedad sexista, sexópata y hedonista, donde el que no leyó nada tuyo igual está completamente afectado con tus teorías, se cree histérico, reprimido e interpreta los sueños. Nos cagaste la vida Freud, ojalá se quemen todos tus libros y nunca nadie más lea una puta linea tuya. Porque ahora todos quieren hacer terapia y salvar su alma a traves de su conciencia, y eso es culpa tuya. Regalo ropa y soy caritativo. No le doy monedas a los niños de la calle y demostramos nuestra inteligencia de saber que no son para ellos. Si sueño con elefantes de trompas largas me tengo que considerar de pito chico o que enfrente un profundo temor al rechazo de los africanos.
Por eso me compré el libro de Wolff, para darte por el culo. Lo leí todo y no entendí nada, pero estoy de acuerdo con el.
Chau Froi

domingo, febrero 13, 2005

Sobre el juego y la locura

Todo juego es, hasta cierto punto, una emancipación del propio ser, o mejor dicho, del deber ser. Una suerte de común acuerdo en el que las reglas, esos códigos compartidos -a los efectos de transitar libremente a lo largo del espacio definido-, coadyuvan y salvaguardan la cordura de sus integrantes. Un acuerdo tácito y explícito que separa la paja del trigo, los propio de lo ajeno, la cordura del delirio.

Por otra parte, todo estado de locura, es a los efectos de su definición, una subversión de los códigos sociales, incapaz de ser comprendida o acompañada por el resto de los integrantes de una misma sociedad. Esto, claro está, en un solo acto individual. Hay evidentemente puntos en común, descartados a priori, por un elemento común y diferencial de la especie humana con relación al resto de las especies vivas, a tener en cuenta, la conciencia. Una especie de traductor universal –mis disculpas para Ud. Mr. Sigmud-, que nos orienta y nos alerta sobre lo real y lo ficticio. Es en este punto donde el juego, como situación particular de interrelación social, se distancia de la locura, dada por la incapacidad del “loco”, de escuchar a su conciencia, o por lo menos, aquella que que refiere a una conciencia social. El loco, en este sentido, es aquel no logra discernir entre lo real y lo ficticio, o entre la simulación y el estado de situación.

Lamentablemente a esto se suma un factor menos “tangible”, si la retórica me permite tal atrevimiento, y más discutible. La conciencia, tanto como la cordura y el juego, encuentran en el acuerdo social su inclusión o exclusión dentro de los parámetros sociales, a lo propio de lo ajeno, a lo normativo de los subversivo. Obvio tal vez, pero insoportablemente manipulable y conveniente de acuerdo a los intereses particulares. ¿Particulares dije? ¿Por qué la partícula parece incidir sobre el total? ¿Por qué la totalidad define la característica de la partícula? ¿Quién o quiénes determinan estos parámetros?

Un acto “irracional” para la estructura del pensamiento o la conciencia colectiva es un acto de locura, pero un acto irracional por una gran cantidad de personas que lo siguen puede determinar a los efectos estadísticos, un cambio en la normativa social. ¿Cuántos son muchos? ¿Quién determina en qué punto la trasgresión se transforma en norma?

En este sentido el concepto de juego aporta una transición mediadora, un terreno neutral, en el que la trasgresión encuentra un espacio de aceptación, bajo establecidas normas por anticipado. Es la fisura del sistema, la ilusión del subversivo, el juego dentro del juego, la posibilidad de ser considerados normales, mientras que con cierta hipocresía, buscamos aunque sólo sea por un instante, ser otros, o mejor dicho, ser el otro, impune e irracional, como todo lo que no se explica a nivel de la conciencia. Una especie de morfina que anestecia la posibilidad de ser quién no somos, mientras nuestra vida, corre en paralelo a la normativa social. Un ancla, que nos permite dar vueltas en círculo alrededor del estanque.

Nada me gusta más que jugar, pero nada me divierte tanto como establecer las reglas, ser quien defina los límites y las penas, elegir el espacio y definir su duración. Tal vez sea un loco, tal vez un iluso, quién sabe, no importa, mientra haya quienes estén dispuestos a jugar.

viernes, febrero 11, 2005

Miraaaaad ignorantes, que no se devuelve el dinero!

Nunca pude concebir imprudencias de este tenor cuando se trata de escritura. Del mismo modo otras áreas de expresión también se han ganado mi rechazo cuando este hábito se hace presente, especialmente la música y la pintura, que son las ramas más apreciables y despreciables del arte. El problema nace cuando el artista no tiene problemas, cuando el pintor no tiene ni lágrimas, ni alegrías, ni talentos y lo oculta con un ismo minimal. El problema nace cuando el músico de rock, sin nada más que ofrecer al público que una actitud bastarda extraída de los estereotipos londinenses de mediados de los 70, reutilizados en los 90 y ultrautilizados ahora, escupe a quien le da de comer y peina su cerquillo hacia delante, no reconociendo en él otra habilidad que la de un buen imitador. El problema se agrava y agudiza cuando el escritor, vacío de contenidos, desconociendo la realidad y la fantasía que siempre se atreve a fantasear, camufla su ignorancia en juegos de palabras elegantes o al menos inteligentes o por lo menos cursis, que atrapan la atención del lector mediocre que, sin armas para cuestionar la nada que tiene ante sus ojos, cae rendido ante una obra demasiado difícil para comprenderle, elaborada por un loco autor que aún cree en las fantasías eternas del amor y la justicia social. Así también como el oyente, incauto y ansioso de ídolos, asume al rebelde rockstar, inalcanzable e incomparable, como la expresión moderna de una juventud incomprendida, agobiada por un sistema de leyes sociales que no hacen más que coartarles la libertad. Así mismo es como los veedores de cuadros, pseudo intelectuales del arte y amantes de la cultura visual, reconocer el infinito, el miedo a la muerte del pintor, las fantasías eróticas con su hermana y la clara protesta a la cultura de consumo en un punto rojo de dos centímetros sobre un lienzo que alcanza 100 veces su tamaño.
Nada nace de la nada, los escritores lo saben. Millones de años de existencia no sé esencializan en un punto, por más que lo intente, un joven de 20 años nunca va a expresar el mayo francés, porque nada tiene que ver con una actitud retro, y por más que se escriban millones y millones de hojas, llega un momento en que indefectiblemente nos damos cuenta de que están vacías.
Si aquí y ahora me propusiera hacer de esto un libro afrontaría un problema que no avizora solución, ya que no existe en mi espíritu un tema del que hablar que logre excitarme más que la escritura misma, pero claro, mis conocimientos sobre ella se remiten a lo que pueda descubrir en el transcurso de la misma escritura y, sinceramente, de Proust a Tolkien, muy pocos autores quedan que se hagan a si mismos.
En cambio, si mi interés fuera vender un libro, sería tan sencillo como reconocer mi condición de ignorante, asumir que era muy joven para tener una posición en la dictadura, aunque siempre desde un arrepentimiento crónico a la inactividad, y de esa manera llegar a los montones de intelectuales que se cansaron de leer a Rosencof, al ofrecer una dura crítica al sistema de valores de nuestra constitución.
La ética del músico radica en el respeto a sus antecesores, tras la búsqueda de la creación.
La ética del artista visual radica en el respeto al mundo y su representación.
La ética del escritor radica en el respeto al lector. Al tiempo del lector. Y el problema nace cuando van ya muchas líneas y te das cuenta de cómo haces perder el tiempo a quien te lee, sin ofrecerle ninguna conclusión final, y ni siquiera una pregunta que le quite los sueños.
El problema es cuando lees un artículo, un libro o un poema, y te das cuenta que su autor se ha burlado de ti en todo momento haciéndote perder el tiempo y dejándote incluso, con menos de lo que tenías cuando tomaste en tus manos su pensamiento.