domingo, febrero 13, 2005

Sobre el juego y la locura

Todo juego es, hasta cierto punto, una emancipación del propio ser, o mejor dicho, del deber ser. Una suerte de común acuerdo en el que las reglas, esos códigos compartidos -a los efectos de transitar libremente a lo largo del espacio definido-, coadyuvan y salvaguardan la cordura de sus integrantes. Un acuerdo tácito y explícito que separa la paja del trigo, los propio de lo ajeno, la cordura del delirio.

Por otra parte, todo estado de locura, es a los efectos de su definición, una subversión de los códigos sociales, incapaz de ser comprendida o acompañada por el resto de los integrantes de una misma sociedad. Esto, claro está, en un solo acto individual. Hay evidentemente puntos en común, descartados a priori, por un elemento común y diferencial de la especie humana con relación al resto de las especies vivas, a tener en cuenta, la conciencia. Una especie de traductor universal –mis disculpas para Ud. Mr. Sigmud-, que nos orienta y nos alerta sobre lo real y lo ficticio. Es en este punto donde el juego, como situación particular de interrelación social, se distancia de la locura, dada por la incapacidad del “loco”, de escuchar a su conciencia, o por lo menos, aquella que que refiere a una conciencia social. El loco, en este sentido, es aquel no logra discernir entre lo real y lo ficticio, o entre la simulación y el estado de situación.

Lamentablemente a esto se suma un factor menos “tangible”, si la retórica me permite tal atrevimiento, y más discutible. La conciencia, tanto como la cordura y el juego, encuentran en el acuerdo social su inclusión o exclusión dentro de los parámetros sociales, a lo propio de lo ajeno, a lo normativo de los subversivo. Obvio tal vez, pero insoportablemente manipulable y conveniente de acuerdo a los intereses particulares. ¿Particulares dije? ¿Por qué la partícula parece incidir sobre el total? ¿Por qué la totalidad define la característica de la partícula? ¿Quién o quiénes determinan estos parámetros?

Un acto “irracional” para la estructura del pensamiento o la conciencia colectiva es un acto de locura, pero un acto irracional por una gran cantidad de personas que lo siguen puede determinar a los efectos estadísticos, un cambio en la normativa social. ¿Cuántos son muchos? ¿Quién determina en qué punto la trasgresión se transforma en norma?

En este sentido el concepto de juego aporta una transición mediadora, un terreno neutral, en el que la trasgresión encuentra un espacio de aceptación, bajo establecidas normas por anticipado. Es la fisura del sistema, la ilusión del subversivo, el juego dentro del juego, la posibilidad de ser considerados normales, mientras que con cierta hipocresía, buscamos aunque sólo sea por un instante, ser otros, o mejor dicho, ser el otro, impune e irracional, como todo lo que no se explica a nivel de la conciencia. Una especie de morfina que anestecia la posibilidad de ser quién no somos, mientras nuestra vida, corre en paralelo a la normativa social. Un ancla, que nos permite dar vueltas en círculo alrededor del estanque.

Nada me gusta más que jugar, pero nada me divierte tanto como establecer las reglas, ser quien defina los límites y las penas, elegir el espacio y definir su duración. Tal vez sea un loco, tal vez un iluso, quién sabe, no importa, mientra haya quienes estén dispuestos a jugar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto, me identifico, me hizo sonreir mas de una vez
No me convencio la ultima frase, ...
asi funciona no ?