miércoles, junio 22, 2005

Un pedo malhumorado...

8 de la mañana, un zumbido sordo y penetrante se introduce levemente sobre el tapiz veraniego de un sueño a medio recorrer. Un sol radiante sobre un fondo azul y un mar agitado comienza a volverse oscuro, inasible. El calor que se vuelve frío, la arena frazada y el zumbido que recuerda la llegada del invierno, de la mañana, de los días en los que uno debería quedarse inmóvil dentro de la cama, hasta que el hambre o la sed marquen la rutina.

La radio mal sintonizada me informa sobre un paro de transporte, la caída del dólar, la sensación térmica, los anuncios del horóscopo para un signo que nunca es el mío, los desencuentros políticos y los reclamos de un vecino al que se le llueve su casa con techo de cartón. Respiro, miro con cierta paz la gotera sobre mi cuarto y me conforto pensando que siempre se puede estar peor.

Prendo la tele, “la Salazar” a punto de caramelo y con 20 cms cuadrados de tela sobre su cuerpo me recuerdan que algún día llegará el verano. Mientras tanto el café casi frío se entremezcla entre mi escalofrío y la bronca de que nada pueda ser como en la televisión.

“Soy joven, todavía hay tiempo”, pienso mientras reconsidero aquella esperanza vieja y húmeda -como la toalla inútilmente colgada detrás de la puerta del baño-, que algún día tendré dinero suficiente para vivir de otro modo.

Apago la tele, prendo la radio. Ya nada me devuelve la paz. Como cada mañana, cuento y establezco orden, categoría y estatus social al que se dirige cada uno de los productos que se promocionan a lo largo de las 27 cuadras de la calle principal que recorro hasta mi trabajo.

Las paradas de transporte promocionan 4 anuncios más para la sección comestibles que la semana pasada. Los perfumes bajan, llegan los supermercados y las yerbas. Es extraño, pero hace unos 4 años uno podía ver cada tanto un anuncio sobre el techo de una casa o el costado de un edificio, el anuncio del último modelo de la Peugeot o la Ford. Ya no. Hoy en día se promocionan supermercados o refrescos alternativos.

Sobre el principal cruce de la avenida, un anuncio sumamente sugestivo nos advierte que “para comenzar el día sin retrasos, Gripol. El único que le permite hacer horas extras sin las clásicas molestias de la fiebre”. Varias cuadras más adelante, el anuncio de un seguro de vida y el servicio de televisión por cable dominan la visual. Hace diez años, abundaban los anuncios de bancos, las promociones de las agencias de turismo y los distribuidores de última tecnología. Ya no.
Llego a mi oficina. Mi compañero me recibe con un mate y una sonrisa recién cebada. Me cuenta que arriba del autobús le regalaron un paquete de yerba. Se ve contento, y aunque a veces me resulte extraño, sé que yo también lo estoy. Hoy, nadie tendrá que comprar yerba.

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